3 Artículo
La leyenda del tlacuache
y el robo del fuego
Introducción.
Todos hemos escuchado o leído algún mito o leyenda; la mayoría de estos relatos hablan de seres que venciendo cualquier obstáculo, interno o externo, terreno o divino, lograron proezas que fueron admiradas y recordadas por mucho tiempo y que sirvieron de ejemplo a muchas generaciones.
El mito y lo que éste representa es considerado por muchos un falso conocimiento, una forma ficticia o errónea de buscar o representar la verdad; mientras que, el conocimiento adquirido a través de la razón y el estudio científico se reconoce como un aprendizaje completamente válido y por lo tanto, superior al primero. Pero el mito y la transmisión de éste fueron para muchas culturas un medio importante de dar conocimientos y valores que enlazaron al hombre con su entorno y lo volvieron uno con la naturaleza y con su universo, dando con ello un sentido a la vida del individuo y las sociedades que los llevó hacia la construcción de grandes civilizaciones.
Para nosotros todos los actos de la vida son tan comunes, cercanos y cómodos que basta con sentarnos frente a un televisor para ver desde un nacimiento hasta un asesinato; las imágenes que pasan ante nosotros son tan rápidas y fugaces que nos han quitado la capacidad de imaginar. Todo lo contrario sucede con los mitos, pues aunque carecen de “soportes científicos” nos despiertan la imaginación y nos invitan a reflexionar, sirviendo de apoyo para adquirir una verdadera vocación científica o filosófica que nos conduzca o acerque a la verdad o nos fomente la búsqueda de una vida trascendente aunque sólo lo sea para nosotros.
Por ello, al analizar durante este trabajo el mito americano del robo del fuego, me enfocaré a resaltar cómo con este relato, el hombre del México prehispánico encontró una respuesta al origen de un elemento tan valioso y fundamental para la existencia de la cultura como lo es la utilización del fuego, y cómo éste, ayudó a la comprensión y a la construcción de la cosmogonía que dio origen a las principales civilizaciones que florecieron en territorio mexicano, como lo son la cultura maya y la náhuatl; a través de las cuales, el mito sobrevivió matizándose hasta nuestros días, dentro de casi todas las etnias de nuestro país, como son las de los coras, huicholes y mazatecos, entre muchas otras. Cabe señalar que basaré este análisis a partir de las tradiciones nahuas y sus matices en los mitos de los grupos étnicos ya citados. El objetivo de este trabajo también incluye un análisis simbólico, auxiliado de datos arqueológicos y antropológicos que ayuden a comprender este mito dentro del antiguo pensamiento mexicano.
El tlacuache: las características de un curioso héroe.
El tlacuache es un ladrón.
¡Cómo no ha de serlo, si sus manitas son casi de cristiano!
Dicho mazahua.1
Para visualizar la carga simbólica que tiene el mito americano del robo del fuego, tenemos que estudiar antes las características físicas que tiene su personaje principal, las cuales seguramente dieron origen o sustentaron el sentido simbólico del mito en general.
El tlacuache es un animal que no ha sufrido variaciones desde que apareció en nuestro planeta hace aproximadamente sesenta millones de años. Tiene el hocico largo y puntiagudo con una hilera de dientes y colmillos filosos; su nariz es lampiña y está rodeada de bigotes; es de orejas pequeñas, redondas y calvas al igual que su cola que utiliza para colgarse, la cual es más larga que el resto del cuerpo; su pelaje puede variar del pardo rojizo hasta el blanco grisáceo, dependiendo de la especie. Un rasgo muy característico es que poseen cinco dedos en cada pata, con un pulgar oponible, lo que recuerda mucho a una mano humana.
Su principal actividad se da durante la noche, ya que en el día desaparece oculto en un sueño que se prolonga hasta por 18 horas, por lo que sólo se le ve alrededor de la medianoche o muy de madrugada cuando comienza a amanecer; vive sobretodo en zonas tropicales y se alimenta de frutos, desperdicios, huevos y gallinas por lo que acostumbra estar la mayor parte del tiempo cerca del hombre.
Sus enemigos naturales, además del ser humano, son las aves de rapiña, los felinos y el coyote. Cuando un tlacuache no tiene escapatoria frente a algún agresor, se tira al suelo, pone los ojos en blanco, cuelga la lengua y permanece inmóvil simulando estar muerto, además de expedir un fuerte olor parecido al ajo; así cuando el cazador ve que su presa muere tan repentinamente, éste lo suelta por unos segundos y el tlacuache aprovecha para huir. Sin embargo, cuando sus crías se encuentran en peligro, el tlacuache lucha encarnecidamente contra el enemigo.
Es muy importante señalar que este animal es el único marsupial mexicano. Tiene una bolsa flexible debajo del vientre llamada marsupio, que sirve para proteger y amamantar a sus crías, ya que cuando nacen no están totalmente desarrolladas. El tlacuache fue el primer mamífero mexicano que arribó a Europa al transportarse en los barcos que regresaban del Nuevo Mundo.
Estas son, resumiendo, las características de los tlacuaches, también conocidos en otras partes del mundo como: churchas, coyopollines, cuicas, llacas, mucuras, opossums, zarigüeyas y zorras mochileras, entre muchos otros nombres. 2
El tlacuache: su presencia arqueológica y antropológica.
Al contar cómo fueron hechas las cosas, los mitos revelan
por quién y por qué lo fueron y en qué circunstancias.
Todas estas “revelaciones” comprometen más o menos directamente al hombre, puesto que constituyen una “historia sagrada”.
Mircea Eliade 3
En la antigüedad, el tlacuache no era considerado un animal común, la importante presencia que tenía en el México prehispánico se comprueba gracias a los numerosos restos arqueológicos en donde se haya una gran variedad de representaciones. Por ejemplo, en Tlapacoya (Veracruz), se encontró una figurilla de barro cuya antigüedad se calcula hacia el año 1000 a C. También hay imágenes del tlacuache en códices tan importantes como el Dresde, Fejérváry Mayer, Nuttall, Vaticano B y Vindobonensis; que lo vinculan a las ceremonias de año nuevo, al juego de pelota, al cruce de caminos, a la Luna, al pulque y a la decapitación estos últimos atributos se relacionaban con las diosas Tlazolteotl, Mayahuel e Itzpapálotl respectivamente. 4
Se le puede distinguir entre los documentos pictográficos, al ver su emblema representado con un tlacuache con el hocico abierto, mostrando sus dientes y una larga cola de pelos hirsutos. Su categoría se ve reflejada en la cerámica por la riqueza del simbolismo que sus aditamentos muestran: tlacuaches con orejeras redondas, tocados complejos, pectorales con glifos, mazorcas atadas al cuello y una especie de “trenza” sobre la nariz, que es una de las características de los dioses mexicas de la lluvia. También, en las joyas mixtecas de oro halladas en la Tumba 7 de Monte Albán, había tres pequeñas piezas que representaban al dios de la lluvia, al jaguar y al tlacuache. Por otra parte, y de acuerdo al Chilam Balam de Tizimín (de los mayas septentrionales), una orden de guerreros llevó su nombre: los balam ochil (jaguares‑tlacuaches). Asimismo, aparecen en un taller ubicado al norte de la Ciudadela en Teotihuacan, moldes para fabricar pequeñas figurillas de tlacuache que posiblemente eran adheridas a vasijas para ceremonias. 5
Podemos comprender más sobre las características simbólicas otorgadas al tlacuache al estudiar el origen morfológico de su nombre. La palabra tlacuache viene del náhuatl, “tlacuatzin” o “tlácuatl”, que se deriva del verbo “cua” (comer), por lo que su nombre significa el comedor y lo que éste come es el alimento de los nahuas por excelencia, el maíz. Entre los mayas el significado de su nombre es más claro, puesto que la palabra “och” significa tlacuache pero también quiere decir "sustento o comida"; y en otras lenguas, la referencia al maíz se hace más precisa, en kekchí (sub-lengua maya) “och” significa jilote tierno. Por tanto, la palabra “och” vincula al tlacuache con el maíz pero hay que observar que además los tzotziles, denominan con ésta misma palabra a una de las 18 “veintenas” o meses que dividen el año tzotzil (mayo), que es cuando se siembra el maíz y a la luz roja que precede al alba. Algo parecido pasa entre los quiches, que llaman “uch” tanto al tlacuache como al momento previo al amanecer.6
Y si bien es imposible saber cuando empezó el hombre a asociar la figura del tlacuache con el mito del robo del fuego, ya se encuentran vestigios más frecuentes de él desde el año 1600 a. C. y para el periodo Clásico (500 – 640 d. C.), surgieron en la región zapoteca representaciones suficientes para afirmar la divinización del marsupial. Tal vez este carácter divino se deba entre otras cosas a los usos medicinales que se le daba a la cola del marsupial: como auxiliar en la producción de la leche materna, para extraer espinas y todo cuerpo clavado en la carne (aunque éste hubiese penetrado en el hueso), y en los casos donde el parto era difícil, las parteras tenían que usar la cola del tlacuache para apresurarlo ya que ésta era uno de los recursos médicos más alabados en la medicina de los nahuas y reconocidas por los españoles en los primeros años coloniales.
El contexto mítico del tlacuache también sirvió como un símbolo ético, ya que el tlacuache, es el personaje principal en muchos cuentos populares de orígenes remotos de todo nuestro continente; él y el jaguar son los equivalentes regionales de la pareja del conejo y el coyote; en estos cuentos, el personaje débil pero astuto, representado por el tlacuache burla la fuerza de su adversario poderoso y cruel representado por el jaguar.
Otro aspecto ético es el que muestran los huicholes, quienes enseñan a sus hijos que por mucha hambre que tengan, jamás deben comer carne de tlacuache, pues éste les proporcionó el fuego y el alma del huichol que quebrante la norma se enfrentará en la otra vida al tlacuache del inframundo quien lo aplastará con una trampa de piedra; mostrando con ello, tributo al héroe benefactor de la humanidad. 7
El tlacuache: el animal que ayudó a los hombres.
Los mitos relatan no sólo el origen del mundo,
de los animales, de las plantas y del hombre, sino también
todos los acontecimientos primordiales a consecuencia
de los cuales el hombre ha llegado a ser lo que es hoy.
Mircea Eliade 8
Esto pasó hace mucho tiempo, cuando los hombres padecían frío y hambre porque no sabían cómo conseguir el fuego.
Entonces el abuelo tlacuache al verlos se compadeció de ellos, y les dijo:
-“Yo les traeré la lumbre para que se calienten”.
Y se fue muy lejos, hasta que llegó a una gran cueva y se metió. Entonces, bajó y bajó hasta que llegó al fondo y se encontró con un anciano, que era el guardián del fuego de los dioses que vivían en la cueva.
El tlacuache se sentó junto a él.
El anciano permaneció ahí y se durmió. Al estar durmiendo [el anciano], tomó el tlacuache el fuego con sus manitas. Poco a poco fue retirando la brasa, pero el anciano despertó.
-"Te estás llevando el fuego, nieto mío."-
-"No, le estoy soplando."- dijo el tlacuache.
Nuevamente se durmió el anciano. Esta vez se durmió profundamente. Mientras éste roncaba, el tlacuache se fue levantando poco a poco y cogió el fuego. Y lo fue deslizando lentamente hacia la salida de la cueva.
En esto despertó el anciano y observó aquello, de inmediato se levantó y lo persiguió. Alcanzó al tlacuache y el fuego se le resbaló, pero antes de que éste se le fuera para abajo el tlacuache estiró la cola que era suave y peluda y le prendió fuego y echó a correr hacia donde estaban los hombres, seguido muy de cerca por el anciano quien lo golpeó repetidas veces con un palo y lo hizo pedazos.
Pero antes de caer muerto, el tlacuache llegó con los hombres y les dio el fuego.
Entonces los hombres en agradecimiento lo cubrieron con sus cobijas. Después de cubrirlo comenzó a moverse por un momento. Estaba vivo, se levantó pesadamente y se sentó. Poco a poco se fue recobrando.
Al ver esto el anciano se enfureció y le dijo al tlacuache:
-“no estés tan contento tlacuache, porque nunca te crecerá el pelo de la cola y los hombres a quienes ayudaste te perseguirán y si te agarran te comerán”.
Y diciendo esto se regresó a la cueva y no volvió a salir de ella.
Desde entonces los hombres tuvieron el fuego y tlacuache tiene la cola pelada.
Mito Cora de San Pedro Ixtacán 9
El relato del robo del fuego ha llegado hasta nuestros días de manera oral, por lo que el anteriormente descrito no es el único, sino que existen numerosos mitos y leyendas donde el tlacuache es el héroe que trae el fuego a los hombres y todos ellos van variando de acuerdo a la zona donde son narrados; incluso entre un mismo grupo étnico, el mito cambia según sea el origen geográfico del pueblo que lo relate. Este mito no sólo está presente en México sino que se extiende a todo el continente y en él se presentan múltiples cambios tanto en hechos, como en los elementos simbólicos que lo acompañan y en verdad sería imposible hablar de todos los matices en estas breves cuartillas; así que sólo señalaré algunos de los elementos que más llamaron mi atención por ser los que más se repiten en los diferentes relatos.
Primeramente, se encuentra la situación temporal, en casi todos los mitos el acto transcurre en tiempos primigenios donde el tlacuache roba el fuego para que los hombres puedan alumbrarse y calentarse; con excepción de algunos con características cristianizadas donde el tlacuache roba el fuego para que la Virgen y el niño recién nacido se calienten.
En segundo lugar, y volviendo a los mitos más tradicionales; los hombres, como parte de los personajes del mito, se presentan en un estado casi salvaje ya que carecen de todo conocimiento que los forme como sociedad, contrastando con la sabiduría del tlacuache (el personaje principal), quien según muchos relatos desde ese entonces era muy sabio o astuto.
También es importante resaltar a los guardianes del fuego quienes cambian de naturaleza de acuerdo al lugar donde el mito se narra: a veces son gigantes, una tribu enemiga, un anciano o anciana, dioses o demonios; pero todos ellos comparten la avaricia por el fuego y su negativa en dar este don a los hombres.
El sitio donde el fuego permanece inalcanzable también es diferente, a veces está en lo alto de una montaña, en la casa de una anciana o en el fondo de una gran cueva; pero casi todos ellos coinciden en que el fuego está dentro, encerrado en algún lugar; recordando con ello las características de las deidades femeninas, de la madre tierra. Y aún en el caso en que éste se encuentra en la cima de una montaña, se halla dentro de una gran olla o resguardado entre grandes rocas.
Otro elemento es la forma en que el tlacuache roba el fuego; en ocasiones se lo lleva con las manos, dejando claro el mito que el marsupial ya presenta la cola pelada; pero otras veces, al robar el fuego con la cola, ésta se le prende y le queda como la tiene hasta nuestros días. En otros relatos se cuenta que quien roba el fuego es una “tlacuacha” y entonces esconde el fuego dentro de su marsupio.
Cuando el tlacuache logra burlar al guardián, el mito varía en la forma que lleva el fuego hasta los hombres. En ocasiones lanza el fuego desde lo alto; otras, corre por todos los pueblos repartiendo el fuego con su cola ardiendo o rueda por los montes y lo saca de su marsupio. Pero no importando que es lo que haga nuestro héroe, casi siempre es castigado por su hurto: se le queman las orejas y la cola, es muerto a palos, es descuartizado para más tarde volver a la vida o todos los casos a la vez. Y pocas veces es recompensado por su acto; sólo en el caso de los huicholes, donde desde ese momento es respetado y jamás comido y en la tradición cristianizada, en la cual la “tlacuacha” es premiada por la Virgen y desde entonces la hembra del tlacuache pare sin dolor.
El mito del robo del fuego transcurre en una época obscura, anterior a cualquier edad histórica conocida por el hombre, ya que las condiciones sociales que relata el mito suceden antes de cualquier civilización, porque es precisamente el fuego lo que da al hombre la posibilidad de una cultura. En ese remoto tiempo el tlacuache tiene que bajar al inframundo para lograr su propósito y sobre todo, lo que hay que añadir, es que todo sucede durante un tiempo primordial donde el hombre se comunica con los animales, con los dioses y con la naturaleza.
Entre las tradiciones de los antiguos nahuas, los curanderos invocaban al tabaco con el que combatían las enfermedades llamándolo “el golpeado contra las piedras en nueve lugares”, recordando los 9 pisos del inframundo que el tlacuache recorrió, cuando fue a robar el fuego y donde de paso tomó el tabaco y el mezcal para dárselo a los hombres.10
Recordemos con el anterior ejemplo, que para el mundo náhuatl, el universo se constituía de 3 regiones verticales: 9 cielos, donde habitaban los dioses, 4 planos para los hombres y 9 pisos para el inframundo donde habitaban otras deidades; con ello, se resalta la capacidad del tlacuache de transitar por diferentes mundos o espacios. Asimismo, como se puede ver en el códice Fejérváry Mayer el tlacuache aparece representado en el centro de los cuatro rumbos del universo denotando con esto la importancia de este personaje en la cosmogonía náhuatl. También en los textos mayas, tanto en el Popol Vuh, como en el Chilam Balam de Tizimín, aparece el tlacuache como señor del crepúsculo matutino o como representación de los dioses que sostienen el cielo en cada una de las cuatro esquinas del mundo, ya que encontramos dibujados en el códice Dresde a cuatro tlacuaches míticos cargando sobre sus espaldas uno al dios del maíz, otro al de la lluvia, otro al de la muerte y otro al dios jaguar, a ellos se les conoce como los “bacaboob”, los cuatro dioses que sostienen el cielo; los "tlacuaches actores" (tal vez por su capacidad de fingirse muertos), que están asociados a las fiestas de año nuevo que se celebraban entre los mayas del norte en los días últimos del año.11
En muchas tradiciones el tlacuache también roba a los dioses el pulque, el tabaco y el mezcal. Fuego y pulque también están colocados, gracias al tlacuache, en los cuatro postes del universo. El pulque es, como dicen los tlapanecos, la leche de la Madre Tierra. Lo anterior demuestra la dualidad intrínseca en el tlacuache: fuego y pulque, dos fuerzas de la naturaleza, una caliente y otra fría que se alternan. De hecho, al ser el tlacuache un animal de vida nocturna, muestra su dualidad cuando siendo un animal “frío” se incendia y da calor a los hombres. En la ceremonia de estreno de casa que celebraban los antiguos nahuas, se simulaba el momento genesiaco de la distribución del fuego y el pulque entre los cuatro postes del universo, cuando se derramaba pulque y se llevaba un tizón encendido por los cuatro rincones de la casa. 12
Esta dualidad también se demuestra en el mito del robo del fuego donde se puede distinguir que existen dos grupos antagónicos: los seres sobrenaturales que son fuertes y egoístas y los hombres débiles pero que tienen de aliados a los animales ya que son capaces de comunicarse con ellos. De acuerdo a la estructura del mito, el elemento que une a estos dos grupos es el fuego que viene a representar un elemento de vinculación entre ambos grupos. Es por ello la importancia que se le da al fuego dentro de las ceremonias mayas y nahuas ya que dentro del panteón de ésta última encontramos en un lugar preponderante a Huehueteotl el abuelo fuego. La aparición del fuego como un elemento de síntesis entre los dioses y los hombres, da a estos últimos la capacidad de transformación; al incorporar el fuego en sus vidas cotidianas, éstas se sacralizan. Con la llegada del fuego el hombre ya es capaz de alumbrarse en la oscuridad, cocinar para poder asimilar mejor los alimentos, transformar los elementos para su beneficio (como el barro y los metales), y en un sentido profundo, ya puede sacralizar sus ritos (uniéndose con ello a los dioses) por medio del fuego.
Otra de las características simbólicas del tlacuache es que también sufre un desmembramiento como mucho dioses antiguos de otras culturas (Osiris, Dyonisos y Adonis), ellos comparten esta suerte aunque por diferentes motivos, ya que el Tlacuache no es una deidad ni antes ni después de robar el fuego, aunque hay que señalar que se han encontrado figuras de tlacuache en donde se presenta como un dios.
Pero es obviamente con el mito griego de Prometeo, con quien tiene más afinidad, ya que ambos son héroes benefactores de la humanidad y ambos reciben un castigo por proveer de fuego a los hombres; también existe una descomposición y recomposición, un poder de fraccionamiento y restauración divina. A Prometeo le devora un buitre durante el día las entrañas para que durante la noche éstas se le restauren. Y en algunas tradiciones indígenas, tras el robo del fuego, el tlacuache o la tlacuacha son destruidos y vuelven a unir sus partes.
Resumiendo todo lo anterior, el tlacuache representa el primer maestro que enseña a los hombres como utilizar el fuego (externo e interno), el despedazado que resucita, el astuto que se enfrenta al poder de los jaguares, el civilizador y benefactor, el abuelo respetable y sabio, el arrojado. También se le puede asociar con Quetzalcóatl, ya que ambos se manejan tanto en la tierra como en el inframundo, son desmembrados y se embriagan con el pulque; también Quetzalcóatl, como señor de la aurora entrega los colores a los hombres y les enseña su sabiduría. 13
Lo anterior nos lleva a otro gran símbolo que aparece en este mito: el fuego; ya que como podemos observar, el tema central de este mito no lo constituye el tlacuache como héroe, sino la transformación del hombre a través del fuego divino robado por el tlacuache. El fuego viene a representar aparte de la transformación de la materia, la transformación del espíritu a través de la lucha de los contrarios (la dualidad) y es a través del fuego que el hombre se contacta con los seres superiores y en este contacto también se diviniza y así como los dioses, también adquiere la capacidad de transformar a la naturaleza, por medio del fuego intelectual. De hecho, una de las representaciones de Quetzalcóatl es la del maestro que entrega su sabiduría a los hombres, y el tlacuache es en cierto modo ese maestro que entrega a la humanidad el poder transformador de la razón.
Mircea Eliade nos explica que Evhemero creía haber descubierto que los dioses míticos, en realidad eran antiguos reyes divinizados14 por lo que se podría deducir, en caso de ser esto verdad, que el tlacuache pudo ser un hombre real, un maestro, un chamán; que dio su sabiduría a los hombres y más tarde se le representó con la figura del tlacuache.
Conclusiones
Con todo lo expuesto, podemos ver en el relato del robo del fuego americano, un mito de origen donde se encuentran una gran cantidad de símbolos que cimentaron la visión cosmogónica de los antiguos pueblos prehispánicos y que presenta muchas facetas simbólicas que recaen sobre todo en la figura del tlacuache. Está por ejemplo el descenso al inframundo, que si bien no se halla en todos los relatos porque cada uno de los narradores enmarca el lugar del robo del fuego de acuerdo a su entorno geográfico, éste hecho si se encuentra en las antiguas tradiciones nahuas con lo que justifican, además de la presencia del fuego, la del pulque y la del tabaco. Pero lo que quiero resaltar del viaje al inframundo del tlacuache, es que éste simboliza la trasformación de las fuerzas internas tanto cósmicas como humanas, que se encuentran en estado caótico y que pasan a un estado de armonización a través de la lucha de opuestos. Además de que el carácter del fuego en todas las culturas es por sí solo, un símbolo de transmutación. También el viaje al inframundo nos habla de los ciclos de la naturaleza, ya que es en el interior de la tierra donde se gestan las potencias creadoras que más tarde se transformarán en alimento para los hombres. Y puede ser que el tlacuache al ser despedazado también represente el proceso agrícola, pues si recordamos, también se le relacionaba con el maíz, lo que nos conduce a un vínculo del tlacuache con el símbolo de lo femenino, pues los ciclos de siembra están relacionados con la fecundidad; además de que por sus características biológicas, este marsupial encaja con los arquetipos femeninos de lo obscuro, lo frío y lo pasivo que puede emparentarse con su actividad nocturna (ausente de luz y calor solar) y que al carecer de métodos activos de defensa, prefiera fingirse muerto por lo que se deduce la pasividad del animal. Y aparte de sus propiedades curativas, está también la presencia del marsupio y su gran periodo de amamantamiento de las crías (que es de 8 meses), lo que hacen del tlacuache un símbolo inequívoco de la maternidad.
Por otra parte, algo que refuerza la riqueza simbólica de este mito, es que encontramos en este marsupial símbolos que nos remiten al arquetipo del héroe: un ser excepcional que va en ayuda de la humanidad en tiempos de caos y de supremacía de las fuerzas obscuras. El tlacuache como muchos otros héroes míticos de todas partes del mundo, asume un gran reto, emprende un viaje hacia lugares desconocidos donde se enfrentará con seres sobrenaturales y con su ingenio vence a los adversarios para regresar y otorgar a los demás el resultado de la empresa obtenida.
Además se puede asociar el mito del robo del fuego con algunos ritos chamánicos, como representación de un proceso iniciático de muerte y resurrección, un paso de lo inferior a lo superior. Cabe señalar que simbólicamente el tlacuache y el chamán son intermediarios entre los hombres y los dioses, lo que les otorga a ambos un poder de conocimiento superior ya que en muchos relatos indígenas, puede hallarse que el tlacuache es nombrado “el abuelo”; pues en la tradición prehispánica, los ancianos eran considerados fuente de sabiduría.
Tras todo lo anterior y para concluir, sólo diré que no importa si realmente en algún tiempo primigenio ocurrió el robo del fuego; si fue un ser humano o un animal prehistórico con capacidad de comunicarse con los hombres quién efectuó el hurto. Como tampoco resulta necesario saber cual de todos los mitos que hasta nuestros días sobreviven contiene los elementos originales del mito.
Lo realmente esencial a mi parecer, es saber que este mito tiene como finalidad identificar al hombre con su entorno, aparte de que nos muestra la presencia del héroe; de aquél ser capaz de vencer los mayores retos con su fuerza interior y que con sus valerosos actos puede cambiar al mundo. Esta visión es muy importante para nosotros, pues de fuerza y valor para transformar nuestra realidad es de lo que más carecemos en nuestros días.
En tiempos pasados la vida humana estaba llena de creencias, de esperanzas y de comunión con su entorno natural. Y es necesario regresar al uso de los mitos que llenen de magia, poesía y sentido al ser humano contemporáneo, pero no me refiero solamente a recordar los mitos que todos conocemos por medio de la lectura, sino a ser capaces de elaborar nuevas mitologías que rompan con la apatía y el desinterés que todas las personas manifestamos día a día.
Es necesaria una nueva mitología para que produzca movimiento en el espíritu humano, y tal vez así, estos nuevos mitos nos ayuden a reencontrarnos con la naturaleza para que de manera simbólica, nos guíen hacia un entendimiento que nos lleven a descubrir nuestra finalidad; como el niño que al recibir un regalo y quitar la llamativa envoltura, se encuentra con un juguete que le dará sorpresivamente felicidad, de igual manera el mito nos revelará una realidad a través del uso de imágenes y símbolos que nos proporcionarán sentido a nuestra vida y nos hará felices, ya que ni la ciencia ni la filosofía nos han dado todas las respuestas que pensábamos, pues aún no se ha encontrado la fórmula o el razonamiento que nos conduzcan concretamente a encontrar el sentido de nuestra existencia.
Notas bibliográficas
-
LÓPEZ AUSTIN, Alfredo, Los mitos del tlacuache, p. 159.
-
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA, Estudios sobre el estero en Puerto
Vallarta, dirección WEB, Ver tlacuache.
-
ELIADE, Mircea, Mito y Realidad, p. 140.
-
OJEDA DÍAZ, María de los Angeles, Las diosas en los códices: arquetipos de
las mujeres del postclásico, p. 15 y ss.
-
LÓPEZ AUSTIN, Alfredo, Los mitos del tlacuache, p. 18 - 19.
-
Ibid, p. 293.
-
Ibid, pp. 200 - 290.
-
ELIADE, Mircea, Mito y Realidad, p. 18.
-
LÓPEZ AUSTIN, Alfredo, Los mitos del tlacuache, p. 125.
-
Ibid, p. 200.
-
Ibid, p. 121.
-
Ibid, p. 294-295.
-
Ibid, p. 311 – 347.
-
ELIADE, Mircea, Mito y Realidad, p. 150.